Ni Adolf Hitler ni la Alemania de 1939 saltaron al primer plano de la actualidad mundial tal y como nos contaría la historia. Los dos evolucionaron tratando de evitar sus peores errores del pasado: tanto Alemania como el propio Hitler buscaban a quién culpar. Juntos iniciaron una danza macabra para encontrar seguridad y una identidad propia. Azotada por un miedo frenético y enardecida por el "refugio Hitleriano", Alemania cedió complacientemente su voz a un solo hombre. Adolf Hitler subió al poder gracias al silencio de personas que podrían haber dicho... pero no lo hicieron. Y su silencia permitió que el mal se propagara.
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